viernes, 18 de julio de 2014

El cardo sin pinchos y la existencia de Dios

La perfección y la belleza de la naturaleza inspiraron a mediados del siglo XIII al teólogo medieval Tommaso d’Aquino (más conocido entre nosotros como Santo Tomás de Aquino) dos de sus famosas Quinque Viae (o “Cinco Vías”, los cinco argumentos con los que quería probar la existencia de Dios desde una perspectiva racional). Estoy hablando, en concreto, de la cuarta y quinta vías, según las cuales la existencia de Dios se puede deducir por el creciente orden y belleza de los seres naturales, y porque la naturaleza obra con finalidad.

 Tommaso d’Aquino

La belleza y la perfección de la naturaleza son admirables, sin duda. Pero mucho más interesante que la perfección de la naturaleza es, posiblemente, su imperfección y su falta de propósito. De aquí parte el capítulo VI de El Origen de las Especies, de Darwin (1859), donde se propone una idea verdaderamente revolucionaria: la evolución toma “lo que hay” y lo modifica una y otra vez, erráticamente, para adaptarlo al medio cambiante. Lo que antes era útil puede dejar de serlo, y la función de un órgano puede mutar con el tiempo dando lugar a situaciones un tanto absurdas. En efecto, cuando uno mira detalladamente a su alrededor descubre fácilmente que si bien la naturaleza es ciertamente bella, su diseño puede ser bastante deficiente. Cualquier alumno de segundo curso de ingeniería industrial quizás lo hubiera hecho mejor. Y si no me creen, mírense los pies y digan: ¿cuántos animales de locomoción bípeda, además de nosotros, son plantígrados? No hay muchos, ¿verdad? Está claro: ser plantígrado no es precisamente la mejor manera de andar a dos patas que hay. Lo siento pero todo apunta a que provenimos de alguna especie ancestral que se dedicaba a hacer el mono por los árboles.

Charles Darwin

Volviendo a Creta, la naturaleza allí ha tenido oportunidad de hacer de las suyas. La semana pasada hablábamos del gordolobo espinoso (Verbascum spinosum), único en su género y endémico de Creta. Hoy hablaremos de otra curiosísima planta: Ptilostemon chamaepeuce, una especie que habita en roquedos más o menos verticales, con sus tallos alargados y sus cabezuelas de flores rosadas, y sus largas hojas suspendidas grácilmente en el aire. Me llamó poderosamente la atención por su gran belleza, pero cuando logré identificarla la sorpresa fue mayúscula: ¡un Ptilostemon! Les explico el porqué de mi sorpresa con una sugerencia: si tienen un botánico a mano, pídanle que les traiga un Ptilostemon de su próximo viaje a tierras del Mediterráneo. Verán cómo arruga la nariz con desaprobación. Pues bien, esto se debe a que casi todas las especies de Ptilostemon que existen son ferocísimos cardos. Y con esto me refiero a que poseen espinas muy largas y lignificadas, con lo cual es mejor no arrimarse demasiado. Un despiste con uno de estos cardos puede costar un doloroso pinchazo, o a lo peor, un ojo a un herbívoro. Pues bien, la Ptilostemon chamaepeuce que me encontré en Creta es completamente inerme, salvo por unos apéndices agudos residuales que ornan las brácteas de sus hermosas cabezuelas florales rosadas.

Ptilostemon chamaepeuce by Flowers of Ymittos

Los otros Ptilostemon producen sus espinas con un coste energético muy alto, invirtiendo gran cantidad de recursos en protegerse de los herbívoros con un pesado arsenal. En un medio expuesto a la acción de las cabras esta inversión es sobradamente rentable, ya que las especies inermes serán invariablemente eliminadas. Pero en un medio ambiente vertical, a salvo de los grandes herbívoros, las espinas no son más que un costoso adorno. Por eso la selección natural actuó en su contra y las hizo desaparecer rápidamente. Así que estoy en la isla de los pinchos, donde uno de los peores cardos ha perdido sus espinas. Ahora, contéstenme: ¿quién se divirtió entonces poniéndoles pinchos a los gordolobos y a los arces y quitándoselos a los cardos?

Aquí tenéis un link a la mayor experta en Cardueae, que además, es paisana.

7 comentarios:

Tenia uno a mano pero volviendo de Creta ni me trajo ni un cardo pinchoso.. Que Dios le guarde bien con su Ptilostemon ;-)

¿Cómo tendrían que ser nuestros pies para que no nos dolieran tanto al andar?

Conclusión: El cardo sin pinchos es más bello, Dios existe!!!

Conclusión: El cardo sin pinchos es más bello, luego Dios existe!!!

Querida anónima: lo mejor sería caminar sobre los dedos, como las aves. Os habéis fijado en que parece que doblan las rodillas al revés? Es que no son las rodillas, son los "talones".

Dios desde luego tuvo un día cachondo cuando creó la flora de Creta jajaja

Muy interesante la argumentación sobre las espinas en los cardos y ejemplos sobre el contraste evolución-perfección en la naturaleza. Seguramente los caminos para llegar a lo mismo son diversos, me estoy acordando de nombres de plantas que no tienen que ver (filogenéticamente hablando) con los auténticos cardos (Cardueae), como cardenchas (Dipsacus), cardillos (Scolymus), cardos corredores (Eryngium), etc. También hay ejemplos de 'cardos' desarmados, como especies de Centaurea, Jurinea, Leuzea, etc. Pero me llaman la atención dos géneros de 'cardos' desarmados cuyas hojas se pueden consumir como verduras, me refiero a los lampazos (Arctium) o las alcabotas (Mantisalca).

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