jueves, 26 de febrero de 2015

Una flor que nunca se marchita

Las flores, que se utilizan en el arte occidental para representar la fugacidad de la belleza, pueden en realidad ser bastante duraderas. Hoy hablaremos de una flor que no se marchita, y que de hecho tiene un ciclo de vida tan dilatado como si fuera una hoja. Las flores de los eléboros (Helleborus foetidus) se mantienen abiertas y fértiles durante unos veinte días en medio del invierno, un lapso de tiempo que ninguna otra planta iguala en la Península Ibérica. Pero además, una vez que la flor ha sido fecundada y el fruto empieza a madurar, los sépalos siguen desarrollándose y se mantienen vivos y verdes hasta que el fruto está en sazón. Entonces, bien entrada la primavera, los paseantes menos informados los ven y exclaman „huy mira ¡una flor verde!“.

Helleborus viridis, foto P. Escobar

En la fotografía veréis que la flor de este otro eléboro, el Helleborus viridis, tiene una estructura peculiar. Lo más llamativo son los grandes sépalos verdes que realizan la función de los pétalos, atraer a los polinizadores. Más adentro, hay unas estructuras en forma de lengüeta que segregan néctar, tan apreciado por los abejorros. Se trata de los verdaderos pétalos, que se han transformado en nectarios. En el interior de la flor aparecen los estambres, en gran número, y el gineceo, compuesto por varios carpelos libres.

Helleborus foetidus, foto P. Escobar

Otra curiosidad de los eléboros es que en las especies de flores blancas (Helleborus niger, de los Alpes) o rosadas (Helleborus orientalis, del Ponto Euxino), los vistosos sépalos se vuelven verdes tras la fecundación. Es un proceso muy curioso, ya que si se eliminan los pistilos fertilizados las flores mantienen su colorido durante mucho tiempo. Esto se debe a que las plantas de floración invernal necesitan mucha energía para florecer y los eléboros, que carecen de órganos de reserva, tienen que sintetizar en el momento los azúcares que necesitan para florecer. Por eso las flores son verdes o se vuelven verdes tras la fecundación. Es más, si a una flor recién polinizada se le retiran los sépalos, la producción de semillas desciende drásticamente, ya que carecen de la energía necesaria para su normal desarrollo. Como veis, los eléboros son unas plantas interesantísimas. Si queréis saber más de ellas, os recomiendo este artículo y los que cita en su bibliografía. Por cierto, un ecólogo español, Carlos Herrera, es un fenómeno en este tema.

Helleborus niger, foto P. Escobar

jueves, 19 de febrero de 2015

Veneno

Nadie madruga más que los eléboros. Son los primeros en despertarse y sus flores se abren en pleno invierno, cuando apenas comenzamos a ver los amentos del avellano y las campanillas de invierno aún ni asoman. En España es común el Helleborus foetidus, mientras que en Centroeuropa además de esta especie aparece el “eléboro negro” o más poéticamente “rosa de Navidad”, Helleborus niger, una de las flores silvestres más hermosas de los Alpes.

Helleborus foetidus, foto P. Escobar

Como casi todas la plantas que florecen tan pronto, los eléboros son muy tóxicos, ya que contienen unos venenos llamados “glucósidos cardíacos” que tienen un efecto paralizante sobre el corazón y además producen ulceraciones de las mucosas. El envenenamiento suele afectar a animales que los comen por error o por hambre desesperada, ya que son amargos y producen una sensación de quemazón al contacto con la boca. Una de estas sustancias tóxicas, la helebrina, se encuentra también el el veneno del sapo común (en realidad la helebrigenina, que es la parte venenosa de la helebrina, para ser exactos). Por ello es realmente increíble que estas plantas se utilizaran hasta bien entrado el siglo XVIII para tratar los gusanos intestinales. Probablemente el uso del eléboro como planta medicinal produjera más daños que beneficios, sobre todo si se aplicaba una dosis más alta de la cuenta, o si se administraba a los niños. No me lo quiero ni imaginar. Os dejo con unas fotografías del Helleborus foetidus, el eléboro fétido, una hermosa planta de nuestras orlas de bosque en sustrato calizo. Otro día os contaré por qué sus flores son verdes.

Helleborus foetidus, detalle de las flores, foto P. Escobar

martes, 10 de febrero de 2015

Flores con calefacción central

La planta de la fotografía es una fárfara (Tussilago farfara L.), pequeña hierba que se da mucha prisa en florecer porque parece estar harta del invierno, y quizás crea que al desplegar sus cabezuelas doradas tan temprano la primavera romperá antes. El Jueves pasado nevó intensamente, sorprendiendo a nuestra fárfara y a alguna que otra especie madrugadora más, que había comenzado a despertar. Pero la fárfara no se azora y está más que preparada para hacer frente a una inoportuna nevada de Febrero. Como podéis ver en la fotografía, es capaz de fundir la nieve circundante y hacer asomar su cabezuela por encima del manto blanco. Las inflorescencias de la fárfara, esas vistosas margaritas amarillas, funcionan de hecho como un panel solar en miniatura, calentándose con el Sol siguiendo una sencilla fórmula matemática: la temperatura del capítulo es directamente proporcional al coseno del ángulo de incidencia de la luz solar sobre su superficie (1).

 La fárfara (Tussilago farfara) es capaz de derretir la nieve

Es decir, cuanto mayor sea el coseno del ángulo con que incide la luz sobre la margarita, más calor acumulará ésta. Para quienes hayáis olvidado la trigonometría que aprendisteis en la escuela, esto significa que si la luz que le llega es perpendicular a su superficie, ésta se calentará mucho más que si la luz es oblicua (el ángulo de incidencia será cero, y el coseno alcanza su valor máximo, que es 1). Una margarita consigue así, durante un día soleado de invierno, estar de 4.5 a 7.4°C más caliente que el aire que la rodea. El sábado pasado, mientras paseaba por la mañana bajo el Sol radiante del invierno, la temperatura era de aproximadamente —2°C. Esto quiere decir que en ese momento las flores podrían estar a una temperatura de 2 a 5°C sobre cero, más que suficiente para derretir la nieve que las cubría.

 La fárfara (Tussilago farfara) es capaz de derretir la nieve

Además, como las fárfaras no se pueden mover (otro día hablaremos de las flores que sí pueden), necesitan orientarse de manera que puedan sacarle el máximo provecho a la ecuación acumulando todo el calor posible. Para ello, se orientan al sur y se inclinan en un ángulo de unos 40 grados que, por cierto, son la orientación y el ángulo que los fabricantes de paneles solares recomiendan a sus usuarios para los paneles fijos en nuestras latitudes. Gracias a este sistema de calefacción, las flores consiguen acelerar su metabolismo, paralizado por el frío, y lo más importante: logran atraer a los primeros insectos que, fríos y hambrientos, buscan en ellas no solo un tentempié de polen y néctar, sino además el calor que les permita hacer frente a días como hoy, en que el invierno parece no querer marcharse.

(1). Rejšková A. (2010). Flora 205: 282–289.