viernes, 14 de noviembre de 2014

Qué es una planta?

Parece una obviedad porque es un concepto que está arraigado profundamente en nuestra mente pero en realidad no es una discusión nada trivial. Hoy trataré de mostraros lo escurridiza que es la definición de planta, los cambios que ha sufrido a lo largo de la historia y lo equivocados que podemos estar cuando pensamos que las fronteras del mundo vegetal están muy claras.

El concepto de planta que la mayoría de la gente maneja hasta hoy día tiene sus orígenes en Grecia, cuando Aristóteles, el gran naturalista de la antigüedad clásica, estableció por escrito la primera clasificación científica del mundo vivo en Historia animalium. La clasificación aristotélica tuvo un impacto mayúsculo en la cultura occidental y se mantuvo a grandes rasgos hasta bien entrado el siglo XIX, es decir, durante más de 2000 años. Para Aristóteles, los seres vivos se dividían en „animales“, móviles y provistos de sensibilidad; y „plantas“, inmóviles y sin la capacidad de sentir. Esta primera y más intuitiva definición de planta tiene un fallo fundamental: estar formulada en términos negativos. Encierra el hecho de que no estamos muy seguros de qué es lo que definimos y por ello no sirve para aclarar lo que es una planta, sino más bien lo que no es, ya que todos los seres vivos que no se mueven y que no se pueden adscribir al mundo animal se han incluido tradicionalmente dentro del reino de las plantas.

Las hojas del arce, Acer platanoides, se tornan doradas en Octubre. Foto: P. Escobar.

El concepto aristotélico de lo vegetal fue mantenido por Carl von Linné (1735), el „padre“ de la botánica moderna, hasta que el biólogo alemán Ernst Haeckel desafió por primera vez la dicotomía animal / planta y propuso la existencia de un tercer reino, los Protistas, en su libro de 1866 Generelle Morphologie der Organismen o „Morfología general de los organismos“. Los protistas incluían seres vivos „ambiguos“ como las esponjas o diversos grupos de protozoos y algas difíciles de encuadrar dentro de los reinos animal y vegetal. Casi un siglo más tarde Herbert Copeland, en 1938, propuso el reino Monera para incluir a las formas vivas más sencillas, las bacterias. Pero fue Robert Whittaker, en 1969, quien dio un paso más al reconocer que los hongos, tradicionalmente considerados como plantas, no tienen nada que ver con ellas, elevando el grupo a la categoría de reino. Aquí están los cinco reinos de la vida que popularizó Lynn Margulis en su famoso libro de 1997. Esta visión simplificada de la naturaleza es la que más ha calado en el público y la que se enseña en las escuelas, aunque unos años antes el microbiólogo estadounidense Carl Woese (1990), en un importantísimo artículo, propuso una clasificación mucho más complicada pero más real, que es la que a grandes rasgos hoy se maneja casi unánimemente en el mundo académico. Otros autores, como Cavalier-Smith (1998) han escrito profusamente sobre el tema y propuesto clasificaciones de seis y nueve reinos, sin mucha aceptación.

El árbol de la vida, según Ernst Haeckel

Como podéis ver, la cuestión de „qué es una planta“ es muy peliaguda, porque las diferencias entre los diferentes reinos de la vida se establecieron hace cientos de millones de años, cuando la vida sobre la tierra aún era prácticamente invisible. En aquella época, ni siquiera había una atmósfera con oxígeno respirable y no existían los seres vivos terrestres. Todas las formas vivas eran microscópicas, organismos unicelulares que como mucho componían alfombras de microbios, como los que aparecen en los charcos unos días después de un gran chaparrón. Las diferencias entre plantas, animales y los demás reinos de la vida son enormes, radicales y se establecieron en esta época remota. Son por esto difíciles de entender para los no iniciados, ya que se trata de características microscópicas: diferencias en la estructura de las células, en su composición química y en su metabolismo. Para que os hagáis una idea de qué tipo de diferencias estamos hablando veamos un ejemplo simple. Las plantas, animales y hongos, seres aparentemente muy distintos entre sí, comparten la característica fundamental de respirar oxígeno. Esto no es así en otros reinos de la vida, que incluyen seres microscópicos que respiran azufre, manganeso o hierro (sí, si eres suficientemente pequeño puedes respirar cosas raras). Como veis, el hecho de tener hojas y ramas o cuatro patas al lado de este tipo de cuestiones fundamentales es relativamente secundario.

Animal o planta? Ilustración de Ernst Haeckel en el libro Kunstformen der Natur

Durante las últimas dos décadas, se ha poducido un abandono progresivo del término tradicional „reino“ como categoría taxonómica y la introducción de un término nuevo de categoría superior, el „dominio“. Woese demostó que las formas vivas se agrupan en tres dominios generales: Bacteria, Archaea y Eucarya, que engloban 19 linajes a los que se les podría asignar el estatus tradicional de reino. La acumulación de información sobre la increíble variedad morfológica y fisiológica de los microorganismos hace que la categoría taxonómica de „reino“ sea insuficiente para describir las ramificaciones profundas del árbol de la vida y que este término se abandone en favor de grupos informales o “linajes” sin categoría taxonómica (Aldl, 2005). Los microbiólogos, que se sitúan en la vanguardia de estas clasificaciones que nos afectan a todos, agrupan últimamente a las plantas dentro de un linaje denominado Archaeplastida, junto con las algas rojas y unos misteriosos seres unicelulares llamados Glaucófitos. Los hongos, que no tienen nada que ver con el mundo de las plantas, entrarían dentro del linaje de los Opisthokonta, un enorme grupo de seres vivos que incluye también a los animales. Otros seres vivos tradicionalmente estudiados por la botánica, como las Cianobacterias, constituyen por sí mismas un reino, mientras que las algas pardas y diatomeas pertenecen al reino de los Estramenópilos y los dinoflagelados al de los Alveolados. El género de algas unicelulares Euglena, es el último representante de un linaje totalmente aislado que constituye por sí mismo un reino aparte, el de los Excavata. Como podéis ver, la definición de planta en términos negativos incluye en realidad a seres vivos que son como mínimo tan distintos entre sí como una encina y una oveja, y que pertenecen a seis reinos distintos.

El árbol de la vida, según Woese

Probemos entonces una definición “en positivo”. Una planta es un ser vivo provisto de núcleo celular - es decir, un eucariota- capaz de generar por sí mismo sus alimentos captando la energía de la luz y liberando oxígeno mediante la fotosíntesis oxigénica, gracias a unos orgánulos celulares llamados cloroplastos que están libres dentro de la célula. La acumulación de sustancias de reserva se realiza en forma de almidón. Esta definición, que dejará fría a mucha gente, incluye a todas las plantas y sólamente a ellas, desde algas unicelulares que poseen movimiento dirigido y que nadan libremente en el agua hasta los árboles gigantescos de los bosques de California y Australia, pasando por las algas verdes, los musgos y hepáticas, helechos y la variedad sin fin de las plantas con flores.

Referencias

Nota los libros que cito se pueden consultar libremente en la biblioteca digital BHL (excepto el de Margulis). Los artículos, pese a ser hitos en la historia de la ciencia y haber sido financiados con fondos públicos, se encuentran en manos privadas y hay que pagar por acceder a ellos. Se pueden consultar a través de un centro que esté suscrito a los servicios de la empresa de distribución correspondiente, o a través de un amigo científico que os los pase.

Aldl, A. M. & al. 2005. The new higher level classification of Eukaryotes with emphasis on the taxonomy of Protists. Journal of Eukaryotic Microbiology 52(5): 399–451.

Aristóteles. Sin fecha. Historia animalium (Historia de los animales). Traducción inglesa de R. Cresswell (1878).

Cavalier-Smith, T. (1998). A revised six-kingdom system of life. Biological Reviews 73(3): 203–266.

Copeland, H. F. 1938. The kingdoms of organisms. Quarterly Review of Biology 13: 383–420.

Haeckel, E. 1866. Generelle Morphologie der Organismen (Morfología general de los organismos).

Linné, C. von. 1735 (primera edición). Systema Naturae. Nota: si abrís el link, el tercer reino al que hace referencia el título de la edición de 1766 es el Regnum lapideum o reino mineral.

Margulis, L. & Schwartz, K. V. 1997. Five Kingdoms: An illustrated guide to the phyla of life on Earth.

Whittaker, R. H. 1969. New concepts of kingdoms of organisms. Science 163: 150–160.

Woese, C. R., Kandler, O. & Wheelis, M. L. 1990. Towards a natural system of organisms: Proposal for the domains Archaea, Bacteria, and Eucarya. Proceedings of the National Academy of Sciences USA 87: 4576-4579.

sábado, 11 de octubre de 2014

El corazón del árbol

Un árbol de bosque, por ejemplo un haya de tamaño adulto, evapora unos 140 l de agua al día a través de sus hojas (1). Esta cantidad de líquido debe ascender diariamente a través del tronco, desde las raíces hasta la copa, a decenas de metros del suelo sin la presencia de un corazón que la bombee utilizando energía, como en los animales. Para conseguirlo, los árboles aprovechan las cualidades físicas del agua de manera que el transporte se produzca a coste cero. Sí amigos, aunque parezca increíble, el gigantesco Eucalyptus regnans, el árbol más grande de la Tierra, transporta litros y litros de agua a más de 100 metros de altura sin gasto de energía. Veamos cómo es posible esto.

El Eucalyptus regnans o Mountain Ash es uno de los árboles más grandes de la Tierra

El agua, y en general todos los líquidos, están sujetos a la acción de dos fuerzas: la cohesión, que mantiene unidas las moléculas y que es responsable, por ejemplo, de la forma de las gotas; y la adhesión, la fuerza de atracción que se establece entre las moléculas del líquido y las superficies que lo rodean. El mercurio, por ejemplo, tiene una fuerza de cohesión muy alta (por eso forma hermosas gotas esféricas), y baja fuerza de adhesión, que es la causa de que estas gotas parezcan resbalar libremente sobre la mesa sin empaparla, o en otros términos: el mercurio no se pega a otras superficies, no es un líquido que moja. El agua, por el contrario, es un líquido con baja cohesión en comparación con el mercurio pero en cambio alta fuerza de adhesión, es decir, se pega a las superficies que toca: moja.

Gotas de agua sobre una mesa de metal. Foto Pedro Escobar García

El balance entre estas dos fuerzas produce la llamada capilaridad. Este fenómeno físico, que fue documentado por primera vez por Leonardo da Vinci, es responsable de que la pintura empape la brocha, la tinta fluya sobre el papel, la mecha de la vela no se consuma instantáneamente y de que el papel de cocina absorba el café que se me acaba de verter. El fenómeno consiste en que si ponemos un fino tubo de cristal (es decir, un capilar) en un recipiente con agua, ésta ascenderá por las paredes, más arriba cuanto más fino sea el tubo. Este ascenso varía entre los milímetros de subida en un tubo de cristal a decenas de metros en un tubo microscópico de celulosa, como los que conducen el agua dentro del tronco de un árbol. La capilaridad puede hacer ascender una columna de agua contra la fuerza de la gravedad hasta los 14 m de altura, por lo que para abastecer la copa de un árbol de bosque de 30 m se necesita una fuerza adicional.

Tubos de vidrio ilustrando la capilaridad

En el árbol, además de las capilaridad, opera una fuerza de succión que se origina debido a la transpiración. Las hojas evaporan agua y como consecuencia de ello generan un vacío parcial que succiona los líquidos del tronco y raíces. Cuando una molécula de agua se evapora y sale de la hoja por los estomas, las moléculas siguientes „tiran“ unas de otras generando una formidable tensión. La combinación de estas dos fuerzas, capilaridad y tensión, es de un poder prodigioso y genera presiones negativas dentro del cuerpo de la planta que son diez o más veces mayores que la presión atmosférica. Como comparación, una olla exprés trabaja a 3 Atmósferas, con lo cual os podéis hacer una idea de la magnitud de las presiones que operan dentro de las plantas.

Tiene que haber una fuente de energía ahí abajo

De esta manera es posible el ascenso del agua, y con ella de las sales minerales y los elementos necesarios para la vida, usando simplemente unas fuerzas limpias e ilimitadas que la naturaleza pone a disposición de los seres vivos. Está todavía por ver que el ser humano, con sus autoproclamadas inteligencia y grandeza, sea capaz de alcanzar una solución para sus problemas energéticos verdaderamente sostenible y beneficiosa para todos en lugar del oligopolio actual, construido para el beneficio de unos pocos a costa de la salud del planeta.

Referencia:

(1) Wullschleger et al. 1998. Tree Physiology 18: 499-512.

jueves, 25 de septiembre de 2014

¿Qué es un árbol?

Los árboles son plantas enormes que dominan el paisaje en la mayoría de las regiones del globo. Sin embargo, muchas de estas formas arborescentes a que normalmente llamamos árboles, técnicamente no lo son. Un árbol, como veremos hoy, es una forma de crecimiento caracterizada por una estructura anatómica, una „forma corporal“ concreta. ¿Qué es lo que hace árbol al árbol? Primero, la presencia de madera. Muchas formas vegetales que podríamos calificar como arbóreas no son en rigor árboles: los bananos, cuyo tronco está formado por vainas de hojas comprimidas, son en realidad hierbas gigantescas; mientras que el drago o las palmeras (que aparecen invariablemente en las guías de árboles) tienen un interior esponjoso carente de madera y de este modo, botánicamente hablando, no son árboles, sino plantas herbáceas enormes de tallos endurecidos. Los saguaros y las chollas (especies de cactus) del desierto de Sonora más que árboles son toneles de agua venidos a más. Hay además formas vegetales gigantes, como los bambúes del género Dendrocalamus o ciertas algas pardas de las costas del Pacífico Norte (Nereocystis), que superan los veinte metros de longitud, y que claramente no son árboles.

El cerezo, uno de los árboles más hermosos de España, en plena floración. Valle del Jerte, Cáceres (foto: Pedro Escobar García)

El árbol está vivo, pero la leña, que constituye la mayor parte de su biomasa, no lo está: es un acúmulo de tejido muerto. Por ello la madera, el „esqueleto“ del árbol, no es comparable con los huesos de los animales, que están formados por un verdadero tejido vivo compuesto por células activas incluidas en una matriz mineral. Si un hueso se rompe, se fusionará de nuevo si es adecuadamente tratado, mientras que la madera no tiene la capacidad de regenerarse y si una rama o tronco se rompen no hay solución: el árbol tiene que producir un nuevo tronco o una rama nueva. La segunda característica anatómica de los árboles es que la parte viva de troncos, ramas y raíces es en realidad una capa finísima de unos milímetros de espesor, que envuelve la madera como un guante de seda y que se encuentra justo por debajo de la corteza. Todos habréis visto el tronco enrojecido de un alcornoque recién descorchado. Esta capa roja es el tejido vivo del tronco, que enrojece como reacción de defensa ante el aire y la luz. Esta finísima capa que envueve la madera se llama cámbium, y crece cada año produciendo madera hacia el interior del árbol y corteza hacia el exterior, ocasionando el crecimiento en grosor de los verdaderos árboles. En latitudes templadas este crecimiento se concentra en la primavera y el otoño dando lugar a la existencia de anillos en la madera, que se pueden contar para determinar la edad del árbol, o de una de sus ramas. Así que salvo las hojas, las yemas y el cámbium del que acabamos de hablar, toda la masa restante del árbol en troncos, ramas y raíces está muerta. Las palmeras no tienen un cámbium de este tipo ni crecimiento en grosor, así que técnicamente hablando no son árboles.

We need to talk / Tenemos que hablar

La actividad del cámbium produce madera en cada estación de crecimiento hacia el interior del tronco. Todos los años genera capas de células leñosas (el „xilema“, para lo más técnicos) que son como tuberías microscópicas. Estas células larguísimas mueren muy pronto tras formarse y se convierten en cañerías rígidas y huecas que transportan agua y sales minerales (la llamada „savia bruta“) desde el suelo hacia todos los tejidos vivos del árbol. El proceso de transporte, una de las grandes maravillas de la naturaleza ¡no necesita energía alguna! En primavera, estas cañerías están llenas de agua que asciende lentamente. A medida que el verano avanza se deshidratan paulatinamente, comprimiéndose y haciendo que el tronco del árbol esté crecientemente endurecido hacia su centro. Sólo los primeros centímetros de madera tienen función transportadora, y aparecen blanquecinos y esponjosos en sección, como se puede ver en la fotografía. Este anillo externo de color más claro se llama albura, en contraposición al interior oscuro y más pesado (el duramen, tan útil para los carpinteros) que ya no puede transportar agua y tiene una función de soporte meramente estructural.

Sección del tronco de un tejo mostrando la albura blanquecina (foto: «Taxus wood» de MPF en Wikipedia)

El cámbium es también activo hacia el exterior, y simplificando un poco, produce la corteza y unas células conductoras especiales (el „floema“) que están vivas y que transportan los fluidos metabólicos del árbol: es decir, la savia propiamente dicha o „savia elaborada“ que fluye de las hojas y tallos verdes al tronco y raíces. La resina que exudan los pinos, almendros y muchos otros árboles cuando sufren una herida no es savia, sino una secreción que impregna toda la madera y que tiene función protectora frente a los patógenos, evitando la infección por hongos o bacterias, o el consumo de la madera por animales xilófagos (esto es, que se alimentan de madera). La resina de los pinos, por ejemplo, es muy rica en trementina (o aguarrás), y se ha explotado comercialmente de modo tradicional en muchos lugares de España. La corteza, la capa más externa del tronco, tiene una función protectora y puede ser muy gruesa, como en el alcornoque, donde el corcho protege el cámbium incluso de los fuegos. Si miráis un tronco de chopo, de cerezo o de abedul, veréis que la corteza está provista de marcas redondas de aspecto oscuro y áspero. Estas marcas se denominan lenticelas y contienen un tejido poroso que permite al cámbium recibir oxígeno del exterior.

Como os podéis imaginar, dada esta estructura anatómica, para matar a un árbol basta con extraer un anillo de cámbium de la base que deje al descubierto la madera. Ante un tratamiento así, la mayoría de los árboles perecerá sin remedio. Por eso es muy importante la protección de la base de los árboles urbanos durante las obras: una herida basal, fácilmente ocasionada por un obrero poco cuidadoso, puede dañar severamente el árbol, no sólo privándole de una parte importante de su savia sino además abriendo la puerta a todo tipo de infecciones fúngicas, acortando su vida y exponiendo a los viandantes y propiedades al riesgo de un golpe por caída de ramas o colapso del árbol en su totalidad, algo por desgracia muy de actualidad últimamente. Los árboles, esos gigantes que parecen invencibles, son en realidad seres relativamente vulnerables.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Los líos de familia del plátano de sombra

El porte majestuoso, las hojas divididas y brillantes, la corteza parcheada que se desprende en placas… Hacen del plátano de sombra un árbol difícil de confundir con cualquier otro. El plátano es además muy común en las calles de nuestras ciudades, no sólo por su gran belleza sino también por su tolerancia al aire contaminado, las podas salvajes y todas esas perrerías que los árboles urbanos tienen que sufrir y que matarían a un buen número de especies de árboles silvestres. Es una especie adaptable y muy vigorosa capaz de crecer sumamente deprisa, y sin embargo ¿ha visto alguno de vosotros alguna vez un plátano de sombra en estado silvestre? ¿se trata en realidad de una „auténtica“ especie? ¿de dónde provienen? Hay gente que cree que se trata de una especie espontánea, o de una forma de jardín del plátano oriental (Platanus orientalis), una especie bajo la que Teofrasto enseñaba botánica a los alumnos del Liceo ateniense (1).

 Teofrasto enseñando en la Academia

La verdad es que no habéis visto nunca un plátano en estado silvestre en ningún sitio porque este árbol no existe en la naturaleza: se trata de un híbrido artificial entre dos especies que jamás se habrían podido cruzar debido a su procedencia dispar. Uno de los progenitores es el ya mencionado Platanus orientalis, magnífico árbol oriundo de Grecia y Asia Menor; el otro es Platanus occidentalis, un gran árbol de bosque proveniente del este de los Estados Unidos. Así que, rigurosamente hablando, no se trata de una especie como serían el melojo o el castaño. El plátano de sombra se origina cada vez que los dos Platanus mencionados se hibridan, y aunque las semillas de este híbrido son perfectamente viables, la apariencia de la segunda generación es muy variable y, como en el caso de las familias de muchos de nosotros, los retoños se parecen más a los abuelos que a los propios padres. No se trata, por ello, de una especie híbrida con morfología estable (2).

Comparativa de las hojas de P. occidentalis, P. x hispanica y P. orientalis; foto de I. M. Chengappa en http://www.aranya.co.uk/planes/index.html

Dónde se originó exactamente este híbrido no es algo que esté muy claro, aunque todo apunta a Gran Bretaña. La historia del origen de nuestro árbol es muy interesante. El Platanus occidentalis fue traído a Europa a mediados del siglo XVII por el botánico y jardinero inglés John Tradescant hijo (que además se trajo de su viaje a Virginia entre 1628 y 1637 tulíperos, magnolias y muchas especies más, hoy ampliamente cultivadas). La primera referencia escrita al plátano de sombra aparece en un catálogo del jardín botánico de la Universidad de Oxford, de alrededor de 1680, redactado por su conservador Jacob Bobart, en la que se puede leer „P. [Platanus] inter orientalem et occidentalem media“ (3). Además de su gran vitalidad, el ser intermedio entre sus „padres“ es la principal característica de nuestro árbol, que manifiesta un marcado vigor híbrido y llega a crecer hasta el doble de deprisa que sus especies progenitoras (hasta los 35 m de altura). Se propaga además muy fácilmente por esquejes, lo cual contribuyó a su rápida expansión por Europa durante los siglos siguientes. Ya en 1704 es descrito por el botánico francés Joseph Pitton de Tournefort, y más tarde por los alemanes Münchhausen (1770), Willdenow (1797) y el portugués Brotero (1805). Si nos atenemos al principio de prioridad y al código de nomenclatura botánica, el nombre correcto del plátano de sombra sería Platanus x hispanica Mill. ex Münchh., ya que los nombres anteriores a 1753 („año cero“ de la botánica y fecha de publicación del Species Plantarum, de Linneo) no se tienen en cuenta, y los nombres de Willdenow (P. acerifolia) y Brotero (P. hybrida) son superfluos.

El Plátano de Ely, Cambridgeshire, probablemente el ejemplar más viejo de P. x hispanica que existe (foto de David Humphries en http://arbtalk.co.uk)

El origen híbrido de Platanus x hispanica es fácil de constatar, ya que es un ejemplo de libro de herencia mendeliana. Los ejemplares de la primera generación híbrida son homogéneos (primera ley de Mendel) y presentan características morfológicas intermedias entre P. occidentalis y P. orientalis. Por otra parte, la descendencia de estos árboles es morfológicamente heterogénea cumpliendo así la segunda ley de Mendel (segregación de caracteres en la segunda generación híbrida). Además, un interesante estudio genético (4) reciente ha demostrado definitivamente que todos los plátanos de sombra son híbridos, con mayor o menor grado de introgresión hacia uno de los parentales (o sea, que los híbridos se han cruzado alguna vez con una de las especies progenitoras). ¡Complicado! Pero ¿quién dijo que sería fácil?

P. x hispanica en una carretera de Provenza, foto P. Escobar García

Bibliografía - añadida el 12.IX.2014 -

(1). Pavord, A. (2005). The naming of names. Bloomsbury, Londres.

(2). Santamour, F. S. (1970). Hybrid vigour in seedlings of re-created London plane. Nature 225: 1159-1160.

(3). Henry, A. & M. G. Flood (1919). The history of the London plane (Platanus acerifolia). Notes on the genus Platanus. Proc. Royal Irish Academy 35: 9–28.

(4). Besnard G. & al. (2002). Molecular approach of genetic affinities between wild and ornamental Platanus. Euphytica 126: 401–412.

viernes, 8 de agosto de 2014

Otro mundo es posible

Quizás alguno de vosotros haya soñado alguna vez con un planeta igual a la Tierra, girando en torno a una estrella idéntica a nuestro Sol. ¿Qué aspecto tendría su superficie? ¿Habría seguido allí la evolución el mismo curso que aquí? ¿Habría evolucionado el ser humano una segunda vez? Esta fantasía es desde luego, compartida por mucha gente y ha sido fructífera, produciendo diversas narraciones e incluso películas, como la británica „Doppelgänger“ (1969) o más recientemente, la americana „Another Earth“ (2011). En ellas se imagina la existencia de mundos paralelos al nuestro donde nuestros dobles campan a sus anchas, dando lugar a tramas más o menos disparatadas.

Esto es un pequeño paso para China, pero una gran patada en los huevos para EE.UU.

Pero, qué pasaría si una tierra igual a la nuestra existiese, aislada, muy lejos de nosotros? Voy a tratar de imaginarme un lugar remotísimo, parecido a mi tierra natal, Extremadura. Habrá colinas suaves y valles amplios hasta el horizonte. Un clima suave y lluvioso en invierno y caluroso y seco en verano. Pues amigos, este lugar existe, y no hay que irse a un universo paralelo para visitarlo. Está a una friolera de 18.000 kilómetros de nosotros. Estoy hablando, por ejemplo, de las Blue Mountains, en Nueva Gales del Sur, Australia.

Las similitudes no acaban en el paisaje. Hoy me gustaría mostraros algunos ejemplos de lo que los biólogos conocen como “evolución convergente” o si nos ponemos chulos, “homoplasia”. Se trata de la aparición de estructuras parecidas en seres vivos que no tienen nada que ver entre sí, pero que viven en medios parecidos y tienen que hacer frente a desafíos similares. Ejemplos clásicos son las alas de los pájaros y de los murciélagos, que aunque cumplen la misma función biológica son anatómicamente muy diferentes. Lo mismo se puede decir de las aletas de los peces y de las ballenas.

En el mundo de las plantas también hay muchos ejemplos parecidos, aunque menos conocidos por el público general. Seguro que todos vosotros conocéis las ahulagas, tojos, retamas, escobas, etc. Son un tipo muy característico de forma vegetativa caracterizada por la presencia de tallos fotosintéticos y una gran reducción de las hojas, que no están presentes durante la mayor parte del tiempo. Las plantas tipo “escoba” se denominan plantas de hábito retamoide, y las que además presentan espinas, como las ahulagas y los tojos, se denominan genistoides. Todas ellas están estrechamente emparentadas y pertenecen a un grupo de la familia de las Leguminosas llamado Genísteas. La mayoría de las especies son originarias del Mediterráneo, y particularmente en España están muy bien representadas.

 Calicotome villosa es común en zonas calizas de Andalucía

En Australia no hay Genísteas, pero un grupo de leguminosas completamente distinto se ha adaptado al clima seco y cálido en verano exactamente de la misma manera y también ha producido formas genistoides y retamoides. Se trata de las Mirbelieas, un grupo de Leguminosas que superficialmente se parece a las Genísteas de una manera muy chocante. Aquí os dejo algunos ejemplos:

El doble de nuestra retama (Retama sphaerocarpa, arriba) es el dogwood, Jacksonia scoparia.

Leguminosas retamoides en España y Australia

Las pinchosas ahulagas de la meseta (Genista scorpius, arriba) tienen su doble en Jacksonia spinosa.

Leguminosas genistoides en España y Australia

Alguno de vosotros me contestará que ambos grupos, las Genísteas y las Mirbelieas, son familia, y el parecido es incluso esperable. Pero aquí viene precisamente lo mejor: el parentesco de Genísteas y Mirbelieas es remoto, y los parientes más próximos de ambas son árboles de las selvas lluviosas de Sudamérica y el oeste de África, con grandes y lustrosas hojas compuestas siempreverdes. A partir de estas especies ancestrales, la evolución produjo de manera independiente y sin conexión alguna, las formas genistoides y retamoides del Mediterráneo y Australia. Como os podéis imaginar, esto es producto de la casualidad, y un vistazo al reino animal os convencerá de ello. Mientras la evolución produjo la cabra y la oveja en la cuenca del Mediterráneo, en Australia se desarrolló un herbívoro equivalente pero muy singular: el canguro. Otro mundo es posible, pero, ¿habría seres humanos en él?

viernes, 1 de agosto de 2014

Usted tiene una deuda de 428 euros... Con un árbol

No todo lo que es útil cuesta mucho, ni todo aquello que cuesta mucho es realmente útil. Piensen en el agua, imprescindible para la vida y sin embargo tan barata que podemos malgastarla en grandes cantidades, o en un diamante inmensamente valioso, pero que no salvaría la vida de su dueño si se encontrara perdido con él en medio del desierto. Este ilustrativo ejemplo se llama “paradoja del valor” y no pertenece a la filosofía budista, sino al libro “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith (1776), el padre de la ciencia económica. No pensamos mucho en ello, pero es un hecho que nuestra existencia depende completamente de la naturaleza. Ella purifica y oxigena el aire que respiramos, ha formado los suelos que cultivamos, nos proporciona el agua que bebemos... No hay excepciones. Desgraciadamente, a la naturaleza le ocurre lo que al agua en el libro de Adam Smith, simplemente está ahí y su uso es gratuito. No tiene precio, no participa en un mercado, su preservación o destrucción no contabilizan en el PIB. Esta falta de valoración económica, como expone el empresario y asesor Pavan Sukhdev (2008), es una de las causas fundamentales del dramático deterioro de los ecosistemas y de la pérdida acelerada de biodiversidad que protagoniza nuestra época.

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Les propongo hacer un ejercicio mental. Imaginen un árbol cualquiera de su calle o del parque más próximo. Intentemos ahora hacer un escueto inventario de lo que ese árbol hace por nosotros, completamente gratis. Veamos qué servicios nos presta.

Primero y más evidente: oxígeno para respirar. Un árbol de parque sano y bien desarrollado puede producir unos 90 kg de O2 al año (1). O lo que es lo mismo, la cantidad de oxígeno que respira un hombre adulto durante unos 100 días (2).

Imagina que los árboles dieran wifi gratis

Segundo: fijación, o como se dice ahora, “secuestro” de carbono. Los árboles, gracias a la fotosíntesis, asimilan el CO2 del aire incorporándolo a su biomasa y liberando oxígeno. Este proceso es la clave del ciclo del carbono y posibilita la habitabilidad de nuestro planeta, ya que si el CO2 de las emisiones naturales no tuviera un sumidero, las temperaturas de la superficie de la Tierra aumentarían hasta llevar a todas las formas de vida que conocemos al colapso. Contabilizando sólo la madera seca, nos encontramos con que el hermoso plátano de sombra que veo desde mi ventana ha retirado de la atmósfera más de dos toneladas y media de CO2 durante sus 40 años de vida (3). Si tenemos en cuenta que un coche medio emite unas 4.4 toneladas de CO2 al año (4)... No es de extrañar pues que ni siquiera todos los bosques y ecosistemas marinos del planeta den abasto para compensar con la fotosíntesis el CO2 producido por la humanidad.

Tercero: Limpian el aire. En efecto, los árboles son capaces de retener en la superficie de sus hojas partículas contaminantes, como las temibles PM10 (5), originadas mayormente por el tráfico y capaces de penetrar en los pulmones y el torrente sanguíneo, constituyendo uno de los agentes cancerígenos más potentes (6). Son particularmente dañinas durante los meses fríos, en condiciones de sequedad y ausencia de viento.

Los árboles también absorben compuestos químicos tóxicos para el ser humano, neutralizándolos, como los hidrocarburos (HC) y los compuestos orgánicos volátiles (VOCs). Estas sustancias son emitidas principalmente por el tráfico durante los meses cálidos. Las PM10, HC y VOCs son peligrosos contaminantes cuyos niveles en el aire están monitorizados y regulados. La legislación ambiental impone severos límites aunque está demostrado que para las PM10 no hay nivel seguro, y cada incremento de su presencia en la atmósfera está relacionado con un incremento en las tasas de cáncer en la población (6).

Cuarto: Actúan como pantalla solar. La luz ultravioleta es la responsable de las quemaduras solares, y en última instancia, culpable de muchos cánceres de piel. Las hojas verdes, gracias a sus pigmentos protectores, absorben intensamente la luz ultravioleta, cosa que no hacen muchas prendas de ropa veraniegas ni unas gafas de sol de baja calidad. Un dosel de hojas verdes es por ello una fantástica protección contra las radiaciones más dañinas.

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Quinto: Refrescan el ambiente. Los árboles funcionan como enormes evaporadores gracias a la transpiración. Las hojas absorben el calor ambiental y evaporan agua con él, de forma que el aire bajo el dosel verde está más fresco que sobre él. Por eso es refrescante pasear por un bosque en verano. Debido a la transpiración, además, los árboles funcionan como amortiguadores térmicos para los edificios circundantes. No sólo los refrescan sino que además los protegen del viento, contribuyendo a su aislamiento (7).

Y por último, pero no por ello menos importante, hablaremos de cualidades y servicios de orden moral. Los árboles son bellos, y con sus flores en primavera, su verdor en verano y su despliegue de colores en otoño hacen nuestra vida un poco mejor. Una calle con tres especies de árboles es más hermosa que una calle con sólo una, de la misma manera que un jardín es más bello que un parque porque contiene más diversidad de formas de vida. Está demostrado que la introducción de actividades de valoración de la biodiversidad en la escuela a edades tempranas fomenta el desarrollo del niño como ciudadano responsable (8). Estas cualidades morales, para mí de máxima importancia, son muy difícilmente valorables en términos monetarios.

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Tras esta pequeña introducción, quizás no nos sorprenderíamos tanto si recibiéramos una factura con la siguiente relación de servicios: tarifa plana de producción de oxígeno... 25€ al mes. Almacenamiento de Carbono... 100€ por tonelada. Limpieza del aire, eliminación de partículas PM10 y VOCs... 20€ al año. Protección contra la radiación ultravioleta: 8€ al año. Aislamiento parcial de su edificio: gratis el primer año. Total: 428€. Qué les parece? Sí, es verdad, es completamente arbitrario, pero la idea de establecer un sistema de valoración de los servicios ambientales podría ser un buen comienzo para explicarle al banquero, a las multinacionales, al corredor de bolsa y al secretario de economía del gobierno regional de turno que están disfrutando de servicios por los que no pagan, y que las actividades de sus empresas ganan dinero dañando algo que sustenta el bien común, sin ofrecer contraprestaciones. Y hasta aquí, hemos hablado de un simple árbol de calle. De cómo las selvas tropicales regulan el clima mundial hablaremos otro día.

La naturaleza existe al margen de la economía y los mercados. Sin embargo, los mercados, aunque tercamente se obstinen en lo contrario, no pueden existir al margen de la naturaleza.

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Bibliografía

Pavan Sukhdev (2008). La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad - Informe Provisional. Oficina de Publicaciones de la Unión Europea.

domingo, 27 de julio de 2014

Las Raíces de las Riquezas de Kew, en BBC Radio 4

Los botánicos y amantes de las plantas estamos de enhorabuena: uno de los jardines botánicos más importantes del mundo se ha aliado con una de las emisoras más relevantes para contarnos cómo la botánica se ha desarrollado como ciencia durante los últimos 250 años. Estoy hablando de Kew Gardens y la BBC. El resultado es una apasionante miniserie totalmente imprescindible. En "Plants: from roots to riches" de BBC Radio 4 podemos disfrutar de entrevistas y paseos por el jardín y sus espectaculares colecciones científicas, todo contado en BBC English. Una verdadera delicia. Os dejo el link aquí.

viernes, 18 de julio de 2014

El cardo sin pinchos y la existencia de Dios

La perfección y la belleza de la naturaleza inspiraron a mediados del siglo XIII al teólogo medieval Tommaso d’Aquino (más conocido entre nosotros como Santo Tomás de Aquino) dos de sus famosas Quinque Viae (o “Cinco Vías”, los cinco argumentos con los que quería probar la existencia de Dios desde una perspectiva racional). Estoy hablando, en concreto, de la cuarta y quinta vías, según las cuales la existencia de Dios se puede deducir por el creciente orden y belleza de los seres naturales, y porque la naturaleza obra con finalidad.

 Tommaso d’Aquino

La belleza y la perfección de la naturaleza son admirables, sin duda. Pero mucho más interesante que la perfección de la naturaleza es, posiblemente, su imperfección y su falta de propósito. De aquí parte el capítulo VI de El Origen de las Especies, de Darwin (1859), donde se propone una idea verdaderamente revolucionaria: la evolución toma “lo que hay” y lo modifica una y otra vez, erráticamente, para adaptarlo al medio cambiante. Lo que antes era útil puede dejar de serlo, y la función de un órgano puede mutar con el tiempo dando lugar a situaciones un tanto absurdas. En efecto, cuando uno mira detalladamente a su alrededor descubre fácilmente que si bien la naturaleza es ciertamente bella, su diseño puede ser bastante deficiente. Cualquier alumno de segundo curso de ingeniería industrial quizás lo hubiera hecho mejor. Y si no me creen, mírense los pies y digan: ¿cuántos animales de locomoción bípeda, además de nosotros, son plantígrados? No hay muchos, ¿verdad? Está claro: ser plantígrado no es precisamente la mejor manera de andar a dos patas que hay. Lo siento pero todo apunta a que provenimos de alguna especie ancestral que se dedicaba a hacer el mono por los árboles.

Charles Darwin

Volviendo a Creta, la naturaleza allí ha tenido oportunidad de hacer de las suyas. La semana pasada hablábamos del gordolobo espinoso (Verbascum spinosum), único en su género y endémico de Creta. Hoy hablaremos de otra curiosísima planta: Ptilostemon chamaepeuce, una especie que habita en roquedos más o menos verticales, con sus tallos alargados y sus cabezuelas de flores rosadas, y sus largas hojas suspendidas grácilmente en el aire. Me llamó poderosamente la atención por su gran belleza, pero cuando logré identificarla la sorpresa fue mayúscula: ¡un Ptilostemon! Les explico el porqué de mi sorpresa con una sugerencia: si tienen un botánico a mano, pídanle que les traiga un Ptilostemon de su próximo viaje a tierras del Mediterráneo. Verán cómo arruga la nariz con desaprobación. Pues bien, esto se debe a que casi todas las especies de Ptilostemon que existen son ferocísimos cardos. Y con esto me refiero a que poseen espinas muy largas y lignificadas, con lo cual es mejor no arrimarse demasiado. Un despiste con uno de estos cardos puede costar un doloroso pinchazo, o a lo peor, un ojo a un herbívoro. Pues bien, la Ptilostemon chamaepeuce que me encontré en Creta es completamente inerme, salvo por unos apéndices agudos residuales que ornan las brácteas de sus hermosas cabezuelas florales rosadas.

Ptilostemon chamaepeuce by Flowers of Ymittos

Los otros Ptilostemon producen sus espinas con un coste energético muy alto, invirtiendo gran cantidad de recursos en protegerse de los herbívoros con un pesado arsenal. En un medio expuesto a la acción de las cabras esta inversión es sobradamente rentable, ya que las especies inermes serán invariablemente eliminadas. Pero en un medio ambiente vertical, a salvo de los grandes herbívoros, las espinas no son más que un costoso adorno. Por eso la selección natural actuó en su contra y las hizo desaparecer rápidamente. Así que estoy en la isla de los pinchos, donde uno de los peores cardos ha perdido sus espinas. Ahora, contéstenme: ¿quién se divirtió entonces poniéndoles pinchos a los gordolobos y a los arces y quitándoselos a los cardos?

Aquí tenéis un link a la mayor experta en Cardueae, que además, es paisana.

viernes, 11 de julio de 2014

La Isla de los Pinchos

Tras una breve pausa, retomamos nuestro paseo semanal por el mundo de las plantas. Hoy os voy a llevar a un secarral lleno de pinchos. Fascinante, ¿no? No dejéis de leer aún: me gustaría enseñarle a los no iniciados por qué un pedregal seco y espinoso es una maravilla de la naturaleza que hay que conservar.

Las vacaciones de verano me han llevado este año a Creta, y mientras mis compañeros de viaje celebraban el centenario de El Greco en las sombreadas calles de Heraklion, yo tenía mi primer contacto con una de las formaciones vegetales más interesantes del Mediterráneo Oriental: la frigana (o phrygana).

La frigana se suele describir como el equivalente oriental de la garriga o el tomillar, esto es, una formación de arbustos bajos que aparece de manera natural en condiciones muy adversas para la vida, como pedregales o crestas rocosas expuestas al viento; aunque también se extiende de forma secundaria a lugares donde la vegetación está degradada y los árboles y grandes arbustos no se pueden desarrollar debido a la pérdida de suelo. Aparece típicamente como etapa de degradación de los bosques tras incendios, particularmente en zonas sujetas a la acción de los pastores de cabras.

Frigana (phrygana) en Creta. En flor: Genista acanthoclada

En contraposición a la garriga, dominada a menudo por la coscoja (Quercus coccifera) o el tomillar, donde los elementos dominantes son las labiadas aromáticas como Thymus o Sideritis, la frigana es más bien una comunidad de arbustos almohadillados espinosos que no superan los cincuenta centímetros de altura y que no es nada recomendable atravesar en pantalones cortos y sandalias. Recuerdan a los piornales espinosos de las Sierras Béticas, pero se desarrollan no sólo cerca de las cumbres sino también a menores altitudes, bajando hasta el mismo litoral. Con fisionomía muy parecida pero diferente composición de especies, la frigana aparece típicamente sobre calizas (el tipo de roca dominante en el levante), pero también sobre esquistos e incluso en los arenales costeros.

La frigana está sometida a fuerte presión ganadera desde hace miles de años, normalmente por ganado caprino, así que cualquier cosa que se parezca a una hoja verde es devorada inmediatamente. La presión selectiva contra las formas de crecimiento inermes (esto es, carentes de espinas) es brutal, y literalmente, todo en la frigana es espinoso, tóxico o tiene un desagradable sabor amargo. Este es su principal atractivo para el naturalista. La frigana es un laboratorio de la evolución donde las formas espinosas alcanzan una diversidad extraordinaria. Plantas que en cualquier otra parte son inermes desarrollan en Creta potentes aparatos de espinas axiales lignificadas, pues las cabras son capaces incluso de acabar con los cardos. Además, una serie de plantas de crecimiento grácil y tallos filiformes, como de alambre, se desarrollan entre las espinas a salvo de las cabras, sin dar sombra a sus feroces protectoras.

Frigana (phrygana) en Creta. Euphorbia acanthothamnos

Las especies más frecuentes a media altitud pertenecen a muy diversas familias pero tienen todas un aspecto muy similar, como almohadas espinosas, hábito que mantienen incluso libres de presiones bajo cultivo. Dominan una curiosísima rosácea, Sarcopoterium spinosum y una ahulaga, Genista acanthoclada. Más allá, Verbascum spinosum (sí, un gordolobo arbustivo y espinoso) y Stachys spinosa (sí, también Stachys es un arbusto espinoso por aquí), además de la Euphorbia acanthoclada. Aquí, hasta las achicorias pinchan (Cichorium spinosum). Si subimos en altura aparecen rápidamente especies de Astragalus espinosas parecidas a nuestro Astragalus nevadensis, como A. creticus. Al bajar hacia la costa, sobre arenas, domina la impresionante Centaurea spinosa, endemismo del Egeo. Como veis, los poco imaginativos nombres de estas especies hacen referencia a su carácter pinchoso, en latín y griego. Entre las espinas, se refugian de los herbívoros especies gráciles como Asperula rigida o Vicia cretica

Frigana (phrygana) en Creta. Stachys spinosa

La frigana es además una de las comunidades más ricas en especies de todo el Mediterráneo. Durante el mes de Abril, uno puede encontrarse gran cantidad de plantas anuales y geófitos en flor, muchos de ellos endémicos. Tulipanes silvestres, fritillarias, lirios, hipéricos... Jahn y Schönfelder (1995), en su Exkursionsflora für Kreta, contabilizan de 100 a 130 especies por 200 m2. Este patrón de alta diversidad y elevado endemismo ( = muchas especies, únicas de Creta) es extensible también a los animales de la frigana, y así, multitud de especies de escarabajos, mariposas, arácnidos, lagartijas son únicos también. Es como estar en un jardín botánico. No, mejor aún: es la naturaleza silvestre. Un verdadero tesoro... Entre los pinchos.

domingo, 15 de junio de 2014

Guerra de especies en el centro de la ciudad

¿Cómo podemos caracterizar un conflicto? Primero, se produce un cambio en el statu quo. Segundo, alguien aprovecha la situación en su beneficio. Tercero, alguien sale perdiendo y se resiste, con éxito a veces, fracasando otras. Si en el conflicto uno de los bandos se juega su propia existencia, no está de más hablar entonces de guerra. No amigos, no me he metido a gurú de la política internacional y no, tampoco estoy hablando de Ucrania ni de Irak. Estoy hablando de Viena, y el conflicto que os voy a contar ahora mismo cambiará la cara de la ciudad durante los próximos 20 años. Delante de nosotros se está librando una lucha a vida o muerte, pero es una batalla al estilo silencioso y discreto de las plantas. Sus protagonistas son dos especies, una es dominante y emblemática, la otra un invasor venido del sur. Veamos de qué se trata.

Si alguien me preguntara qué es lo que más me gusta de Viena, le contestaría sin dudar un minuto que lo mejor de esta ciudad son sus hermosos tilos. Unos árboles enormes y frondosos, que florecen durante el mes de Junio saturando el aire de uno de los perfumes más deliciosos. El tilo común (Tilia platyphyllos), de grandes hojas, empieza a florecer a principios de Junio. Le sigue su prima menor, la Tilia cordata, y a finales de mes la especie más aromática: el tilo plateado o Tilia tomentosa. Las dos primeras especies son autóctonas y además de ser habitantes frecuentes de los bosques son muy apreciadas como árboles ornamentales: las mejores avenidas de Viena tienen amplios bulevares de tilos, como la Ringstraße; son además muy frecuentes en plazas y parques. Cuando los tilos florecen abren las heladerías, sacamos del armario los pantalones cortos, se nos olvida la chaqueta en casa al salir por la tarde... Los tilos son los heraldos del verano. Cuando te empieza a llegar su perfume sabes que en unos días podrás ir a nadar al Danubio.

Tilo (Tilia cordata), en flor

Pues bien, los tilos, particularmente Tilia platyphyllos, están en franca regresión como árbol urbano. Los veranos, cada vez más calurosos; los calores, cada vez más intensos; la llegada del verano, cada año un poco antes, y su marcha, cada año un poco después, están debilitando a los ejemplares de nuestras calles de manera acelerada. La sal que se esparce en invierno para fundir el hielo de las calles de la ciudad, y que en principio no debería ser un gran problema para los árboles centroeuropeos, se alía con el cambio climático formando un cóctel mortal para estas especies. La intoxicación por sal, visible en forma de quemaduras en las hojas de los árboles, hasta hace poco un mal que aquejaba a unos pocos ejemplares a partir de Agosto, aparece cada vez antes. Y cada vez son más los ejemplares dañados. Este año he podido ver los primeros árboles enfermos ya a finales de Mayo. Los pobres árboles tienen un aspecto lamentable, llenos de hojas marrones y brotes amarillentos que no logran cuajar. Aunque a veces aguantan año tras año, los ejemplares afectados no sobreviven mucho tiempo. Suelen morir durante el verano, por colapso, o bien son cortados por las autoridades, preocupadas porque un árbol enfermo sea derribado por un vendaval causando males mayores.

Tilo plateado (Tilia tomentosa), enfermo

Durante el verano, los árboles en mal estado son cortados y reemplazados por ejemplares jóvenes. Hasta ahora, haciendo gala de ese conservadurismo tan típico de los austríacos, en el lugar donde había un tilo viejo se plantaba un joven tilo. Pero esto ha cambiado. Ahora, donde muere un tilo, se planta un almez (Celtis australis). Se trata de uno árbol oriundo de la región Mediterránea que tolera perfectamente la sequedad atmosférica y el calor, y parece no ser tan sensible a la toxicidad de la sal como los tilos. Los jóvenes almeces crecen ya con fuerza en la Ringstraße, la mejor avenida de Viena, mientras los tilos languidecen, y además son plantados en los bulevares nuevos, como en el Wiedner Gürtel, recientemente reformado... Recordando a las calles de Madrid, donde los almeces se ven tan frecuentemente.

Tilo plateado (Tilia timentosa), enfermo

El cambio climático ha llegado y nada lo va a parar. Las consecuencias serán malas en unos sitios y quizás buenas en otros. Está claro que unos ganarán y a otros les va a tocar perder. El almez habrá conquistado el centro de Viena a costa de los otros, que pierden la batalla y desaparecerán lentamente. Y las alegrías del verano ya no las anunciará el perfume de la flor del tilo, sino el almez con sus hojas oscuras y ásperas.

Almez (Celtis australis) en Viena

viernes, 6 de junio de 2014

Darwin, en La Serena

La semana pasada estuvimos dando una vuelta por las charcas de La Serena. Hoy, se las vamos a enseñar a un señor inglés. Decíamos que la rareza de muchas de las plantas de las charcas se explica porque las probabilidades de colonizar por casualidad un nuevo hábitat son muy reducidas. Nuestro amigo inglés nos va a ayudar a comprender cómo seres con pocas posibilidades de moverse grandes distancias (plantas diminutas, crustáceos microscópicos, caracoles) se las arreglan para ir de un lado a otro usando medios de transporte poco convencionales.

Los que hayáis andado por los herbazales de La Serena habréis notado cómo quedan los zapatos tras una caminata primaveral. Llenos de pajitas. Y las suelas llenas de barro. Pero, ¿se os ha ocurrido alguna vez pensar que estas fastidiosas “pajitas” que arruinan cordones y calcetines son los frutos de multitud de especies de plantas del pastizal? ¿Habéis tomado alguna vez barro de la suela de un zapato y probado a ponerlo en una maceta y ver si crece alguna planta? Pues a un señor inglés que vivió a mediados del siglo XIX, se le ocurrió todo esto y mucho más, y como resultado de sus investigaciones e ideas nació la teoría de la evolución de las especies. Sí, amigos, estoy hablando de Charles Darwin y de su libro monumental „Sobre el Origen de las Especies“, de 1859. Os transcribo un fragmento aquí:

“I took in February three tablespoonfuls of mud from three different points, beneath water, on the edge of a little pond; […] I kept it covered up in my study for six months, pulling up and counting each plant as it grew; the plants were of many kinds, and were altogether 537 in number”.

“Tomé en Febrero tres cucharadas de barro de tres puntos diferentes, bajo el agua, en la orilla de una pequeña charca; [...] lo mantuve cubierto en mi estudio durante seis meses, extrayendo y contando cada planta a medida que crecía; las plantas fueron de muchas clases, y fueron 537 en total”.

 Elatine macropoda.jpg

Darwin pensó, además, que el barro sería trasportado en los pies de las aves acuáticas, particularmente las que se alimentan en la zona litoral correteando de un lado para otro. En La Serena no solo recibimos la visita de multitud de aves migratorias durante el invierno, sino que además tenemos a las ovejas, que caminan continuamente y van a las charcas a beber. Si bien las ovejas no se mueven ya a lo largo de grandes distancias, las aves recorren miles de kilómetros durante sus migraciones, y es precisamente por esto por lo que muchas de estas pequeñas y raras plantas tienen distribuciones geográficas muy amplias, apareciendo aquí y allá, dispersas por todo el continente europeo y a lo largo de África. Ejemplo de tales especies podrían ser la Elatine macropoda de la foto, una planta diminuta y sumamente rara, que se puede ver aquí y allá si uno busca las pequeñas charcas en que habita. Os transcribo otro párrafo de la obra de Darwin:

“Earth occasionally adheres in some quantity to the feet and beaks of birds. Wading birds, which frequent the muddy edges of ponds […] would be the most likely to have muddy feet. Birds of this order wander more than those of any other; and are occasionally found on the most remote and barren islands of the open ocean; they would not be likely to alight on the surface of the sea, so that any dirt on their feet would not be washed off; and when gaining the land, they would be sure to fly to their natural fresh-water haunts”.

“la tierra se adhiere ocasionalmente en cierta cantidad a las patas y los picos de las aves. Las aves zancudas, que frecuentan los bordes cenagosos de las charcas […] son las más proclives a tener las patas embarradas. Las aves de esta clase caminan más que las de cualquier otra, y se pueden encontrar ocasionalmente en las islas más remotas y desoladas en el mar abierto; no es probable que se posen en la superficie del mar, de forma que cualquier resto de barro en sus patas sea lavado; cuando lleguen a tierra, volarán de seguro a su medio natural en el agua dulce”.

Darwin tenía mucho interés en recopilar datos para sus teorías y hay que imaginárselo con su mayordomo, el señor Parslow, recorriendo los campos y disparándole a las perdices con el único objetivo de limpiarles el barro de las patitas para ver qué plantas crecían de él. Con el tiempo, esta teoría de Darwin ha sido demostrada, y como ejemplo citaremos un artículo de Jordi Figuerola y Andy J. Green (2005), que recolectaron en Doñana las semillas de las patas y el plumaje de multitud de aves que capturaron con mallas. Yo, por mi parte, espero poder contaros pronto cuántas especies de plantas pude cultivar a partir de las pajitas de mis calcetines y el barro de mis zapatos.

viernes, 30 de mayo de 2014

Las charcas de La Serena: un tesoro en el barrizal

La llegada repentina del verano ha agostado los pastizales a mediados de Mayo. Los saltamontes cantan y la hierba seca cruje bajo los pies al andar. El tomillo florece aún, y con su perfume, nos recuerda que aún es primavera, y que si buscamos bien, encontraremos todavía algo de agua en La Serena, que se extiende con la espalda erizada de rocas enhiestas, los “dientes de perro”, ante nuestros ojos. Caminando, una sombra verde en medio del mar dorado revela que la próxima vaguada aún está húmeda. En el centro, aún hay barro y un poco de agua.

Charca en La Serena

Las charcas de La Serena suelen ser pequeñas y poco profundas, efímeras, ya que a mediados de primavera no les queda más que un poco de agua barrosa en lo más hondo. Estas charcas son, además, poco frecuentes, y aunque ahora son fácilmente localizables gracias a artilugios como Google Earth, los que somos un poco más mayorcitos que esta útil aplicación tuvimos que hacer muchos kilómetros de campo para encontrarlas e inventariar su flora y vegetación. Se forman en pequeñas vaguadas del terreno donde las rocas pizarrosas, que están a flor de tierra, se descomponen dando unas arcillas impermeables que bloquean completamente el drenaje.

Las características que hemos mencionado hacen de estas charcas un hábitat muy adverso, donde viven pocas especies de plantas. Suele tratarse de especies pequeñas, lo que añadido al hecho de que muchas no tienen ningún uso práctico, hace que sean tan desconocidas por la gente en general que carecen, en su mayoría, de nombre en castellano. Hay varias especies comunes que aportan su fisionomía a la vegetación, como los vallicos, pero la mayoría de ellas son plantas más bien raras. La composición de la flora suele ser muy variable de una charca a otra, las especies crecen aquí y allá pero rara vez nos encontramos charcas donde podamos observar la lista completa de especies.

Por mucho que las plantas encuentren un medio para dispersarse, los eventos de colonización efectiva son en realidad muy raros, más raros cuanto más pequeña sea la charca. Esto explica la inestabilidad florística de las charcas de La Serena, es decir, el hecho de que especies que podrían fácilmente crecer no estén presentes. Las especies de las charcas suelen producir semillas diminutas en enorme número con el fin de maximizar las posibilidades de dispersión, pero aún así, las „buenas charcas“ en las que se encuentran un número aceptable de especies son muy escasas. Las plantas necesitan mucho tiempo para „encontrarlas“ y lograr establecerse, y me estoy refiriendo a una escala temporal superior a la de la vida humana, del orden de cientos, o miles de años. Esto explica que en las charcas de obra no haya apenas ninguna especie aparte de las plantas triviales que crecen en todas partes; o que lugares como el Pantanillo de La Haba, que tras fuertes disturbios con maquinaria pesada empieza a tomar el aspecto de una charca natural, sean tan pobres en especies.

Así que si en un próximo paseo os encontráis con una de mis tan queridas charcas, mirad con atención, quizás descubráis los pequeños y maravillosos tesoros que las habitan, de los que hablaremos próximamente en otra entrada. Puede que lleven allí mil años.